domingo, 26 de diciembre de 2010

Segunda Carta a Euripides

¿Estás ahí, Eurípides? ¿Podrás atender mi llamado? 
Soy Delia otra vez desde el mismo lugar que antes. Dorian se fue un rato, y me dejó sola para hablarte. Y te hablo para sentirme un poquito más viva, o un poquito menos muerta, no sé bien todavía de qué lado estoy.
¿Entonces se terminó? ¿Ya no hay posibilidad de intentar nada? Quizá todo no era suficiente de todos modos. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que ya no va a haber caminatas de la mano por ningún lugar? ¿Que ya no vamos a compartir una cama de una plaza (o menos) nunca más? ¿Significa tal vez que lo que creíamos imperecedero está podrido, roto, abichado y que ya no sirve ni como buen recuerdo?
¿No sería más fácil renunciar de ambas partes con un "porque no" definitivo y seguro de sí mismo que volver, en cada conversación telefónica a rebobinar todo lo acontecido buscando culpables o motivos y alejarnos?
Pero no puedo. No puedo ni quiero. 
Si pudiera en este momento correr hacia vos y abrazarte lo haría. Si pudiera con besos sanar las heridas y borrar los malos recuerdos lo haría sin perder tiempo. Si pudiera olvidar y retroceder a cuando todo era perfecto sería para siempre como lo habíamos planeado. 
Es que siento que me estoy agusanando por dentro, y que te abusás de mi eterna devoción a tu infinita gracia. 
Sabés que te amo, sabés que te extraño, que siempre que se te antoje volverme a ver mi estúpido inconsciente te va a decir que sí. 
Qué triste que es todo, Eurípides. 
Tuya,
Delia

No hay comentarios:

Publicar un comentario