domingo, 13 de marzo de 2011

Daj

Lo habíamos esperado tanto. Fueron menos de dos horas de irrealidad que se consumieron más rápido que un cigarro en los labios nerviosos de Delia. Después todo volvió a ser lo mismo, nada quedó: ni recuerdo, ni moraleja, ni sentimiento. Nada.

Y sin embargo lo ansiábamos tanto. Nos sentamos alrededor de la mesa y comimos hasta que la comida nos empezó a chorrear por los poros. Y sonreíamos. Y a todos nos importaba un carajo. Uff. Sin embargo sonreíamos, y hablábamos sobre nimiedades y comíamos.

Pero todos ansiábamos que llegara ese momento: para lampacearnos en la cara todas las atrocidades de la vida, para convencernos de que no todo estaba tan mal, para reinsertarnos en esa bolsa zipploc de dos horas como parte de un ritual perpetuo.

Y a todos nos importaba un carajo. Pasame otro tomate relleno que me siento vacío. ¿No escuchaste que a Marta, la de enfrente de Cacho le enctraron a robar a la noche y le desvalijaron el garage? No. Daban lluvias para hoy. El pronóstico nunca le pega. ¿Querés más ensalada rusa? A mí me dijo que para fines de enero esperaba.

Banalidades. Y sándwichs de miga.

En determinado momento establecido se alzaron las copas, todos nos paramos. Abrazos, besos, feliz no sé qué y alguna risa. Alguien empezó a llorar. ¿Lloraría por sí mismo, por lo patético de nuestra reunión o por el mundo en general? A lo mejor lloraba porque sabía que Papá Noel no le traería el mazo de Thor para aplastar a toda la humanidad. Lloraba la falta de un lugar fuera de la Tierra donde poder irse bien a la mierda y no ver a ninguno nunca más. Y vayanse todos a la reputa madre que los parió.
Quizá lloraba por eso, o quizá lloraba yo.

Dorian.

miércoles, 2 de marzo de 2011

A Catalina, desde el Averno.

Perversiones a medias
o quizás me buscabas
mientras reías indiferente.
O el campo perverso
siempre a medias.
Catalina.

Y si la penumbra
me alumbra.
Esta aspereza de semiconciencia
pero vos y New York.
Me sangra el cuerpo deforme.
Y la Luna.

Peripecias atiborradas en rincones
o yo estaré enloqueciendo.
Son las dos y diez.
¿Para qué miente tu castillo
húngaro de nueces de Pecán?